Un sabio llegó a la ciudad de Akbar, pero la gente no le dio mucha importancia. El sabio sólo consiguió reunir a unos pocos jóvenes, mientras el resto de los habitantes se reía de su trabajo.
Paseaba con su pequeño grupo de discípulos por la calle mayor, cuando un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo. En lugar de fingir que no se daba cuenta, el sabio fue hacia ellos y los bendijo.
Al irse de allí, uno de sus discípulos comentó:
-Te dicen cosas horribles y les respondes con bellas palabras.
El sabio respondió:
-Cada uno de nosotros sólo puede ofrecer lo que tiene.
Como bien nos comenta Joan Garriga en su libro “Vivir en el alma”, tenemos tres misiones en la vida:
Reconocer nuestros dones y compartirlos.
Reconocer nuestras heridas y sanarlas.
Aceptar los retos y la voluntad de la vida.
Todos tenemos heridas porque vivimos en la vida y en ella suceden cosas. Hay despedidas, separaciones, comentarios desafortunados, personas con corazones endurecidos y llenos de dolor que hacen daño porque no saben ni pueden transmitir amor si no es dañando a otras personas. Si no trabajamos el auto-conocimiento, nos relacionamos de herida a herida, y desde ahí no se puede dar la empatía ni una comunicación afectiva y efectiva.
Confusio decía que una herida no es gran cosa, lo que pasa es que nos empeñamos en recordarla y ahí está el sufrimiento.
A la heridas la recordamos no solo con la mente sino con el cuerpo por eso enfermamos. Nuestro cuerpo tiene memoria y lo que nos pasa y no se sana, se queda, se ancla y aparece el síntoma ( ej: ansiedad).
Para aceptar la voluntad de la vida necesitamos antes sanar nuestras heridas porque en ocasiones nos confronta y no nos ofrece lo que esperamos. Boicotea nuestros retos y nos enfrenta. Y es ahí donde se genera la comprensión que nos permite aceptar lo que nos ha pasado. Cuando transitamos por la vida sanando nuestras heridas, dando espacio a nuestros sucesos, caminamos más ligeros/as.
“No hay más camino que el que cada cual quiera hacer, ni más límite que donde cada cual quiera pararse, de aquí hasta la muerte. Luego, ya veremos…” (Juanjo Albert).