El pasado en ocasiones es un buen aliado que nos recuerda:
Qué no hacer.
A dónde no ir.
A quién no llamar.
Qué no repetir.
Dónde no poner la atención.
Y así podríamos continuar escribiendo aprendizajes extraordinarios de nuestra experiencia de vida.
Cierto es que no siempre se muestra tierno y nos enseña con mimo, a veces viene de repente y se muestra implacable trayendo al presente sucesos que nos dañan, y nos paralizan impidiendo avanzar.
Ante esto, ¿qué podemos hacer?
Parar y ver el aprendizaje que nos trae. El aprendizaje no siempre es nítido, en ocasiones nos invita a transitar por sus fases: la negación, la rabia y la aceptación de ese hecho que nos daña y que forma parte del proceso.
Cuando aceptamos y comprendemos las cosas que nos suceden estamos preparados/as para avanzar, para seguir adelante porque hemos no solo comprendido lo sucedido, sino que lo hemos integrado y dado un lugar en nuestra vida.
Y así poco a poco nos vamos dando cuenta:
Qué hacer.
A dónde ir.
A quién llamar.
Qué repetir.
Dónde poner la atención.
Ya los lo dijo George Santayana (1863-1952) Filósofo y escritor español: “Los que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”.