Hemos aprendido el hacer uso de la espontaneidad al hablar, aplaudiendo la expresión libre y franca.
Hemos crecido pensando que hablar y decir lo que queramos, cuando queramos, a quien queramos, y como queramos es lo correcto.
En ocasiones:
– Callar a tiempo es prudencia
– Callar de sí mismo es humildad
– Callar palabras inútiles es virtud
– Callar debiendo hablar es cobardía
– Callar defectos ajenos es benevolencia
– Callar si lo que vas a decir puede herir
Porque callando es como se aprende a escuchar.
¿Hablamos menos y callamos más?
La buena noticia es que podemos desaprender para volver a aprender. Saber esto nos alivia porque nos permite empezar de nuevo sin culpa y poniendo atención en lo que no fue y puede ser o quiero que sea. Hace algunos día leí en redes este texto: uno de los mayores remordimientos que puede tener una persona consiste en llegar al final de su vida y darse cuenta de que no ha cumplido sus sueños. Llegar al final de la vida, o incluso a la mitad, abrir los ojos un día y darte cuenta de que no has sido valiente, que no intentaste alcanzar las estrellas, que no aprovechaste ni el diez por ciento de tu potencial, te romperá el corazón.
Aprendamos a callar para que el silencio se muestre y podamos darnos cuenta de las estrellas que no hemos alcanzado y los sueños que no hemos cumplido.
Estupenda reflexión!!! Gracias.